Opinión | Encerado y clarión

Del aprendizaje cooperativo al caos compartido

Las nuevas metodologías educativas llegan como catálogos de Ikea, que si flipped classroom, que si aprendizaje basado en retos, o gamificación emocional con enfoque ecológico

Demostración en una pizarra electrónica.

Demostración en una pizarra electrónica.

La escuela pública, además de enseñar, innova… y a veces aprende. Aprende por modas, por imposición o por tendencias, mientras nosotros, los docentes, pobres mortales, intentamos seguir el ritmo sin saber si hoy toca trabajar por proyectos, por rincones o por desesperación compartida.

Año tras año, los claustros se llenan de conceptos nuevos, aunque los problemas sigan siendo los de siempre, y uno, ya curtido en leyes y reformas, se pregunta si no estaremos confundiendo el envoltorio con el contenido. Diseñamos situaciones de aprendizaje para un alumnado que solo existe en folletos ministeriales, y renombramos conceptos de toda la vida, como las competencias clave, tan clave que aún seguimos buscando la cerradura. Mientras tanto, rediseñamos los problemas del cuaderno Rubio en actividades que suenan muy bien, pero porque te has llevado seis horas buscando un nexo competencial entre la fotosíntesis, el desarrollo emocional sostenible y la trigonometría del cerezo en flor.

Mientras, las nuevas metodologías llegan como catálogos de Ikea, que si flipped classroom, que si aprendizaje basado en retos, o gamificación emocional con enfoque ecológico. Ya no se enseña Historia, ahora se realizan dinámicas de reconstrucción del relato colectivo en clave inclusiva y colaborativa o procesos de construcción del conocimiento autónomo y significativo, en comunidad horizontal y resiliente, y eso que tú solo querías enseñar las tablas de multiplicar.

Si el centro educativo es donde sembramos futuro, quizás no convenga que cada cuatro años, o menos, nos cambien la azada por una cuchara de postre con diseño escandinavo. Al final, queriendo reinventar la rueda, olvidamos hacia dónde queríamos ir con ella.

Si el centro educativo es donde sembramos futuro, quizás no convenga que cada cuatro años, o menos, nos cambien la azada por una cuchara de postre con diseño escandinavo. Al final, queriendo reinventar la rueda, olvidamos hacia dónde queríamos ir con ella

Tampoco faltan las siglas: ABP, ABN, DUA, TBL, UDI, etcétera. Un tan largo etcétera que más que un claustro, parecemos la Torre de Babel pedagógica. Con tanto acrónimo, uno acaba preguntándose qué es lo importante, si el método o el alumnado.

Innovar, por sí mismo, no está mal. Lo dramático es innovar por decreto. Convertir la pedagogía en un escaparate de palabras grandilocuentes mientras, en el aula, falta lo básico. Pero eso sí, sin que afecte a la programación, a las actas, al cuaderno de aula ni al informe individualizado por competencias. Innova, pero sin tocar la burocracia, mejor aún, aumentándola.

Quizás nuestro sistema educativo necesite menos revoluciones y más condiciones. Porque las modas pasan, pero la vocación permanece, y la docencia necesita autonomía, respeto y confianza, recursos, condiciones, tiempo y reconocimiento sin tanta burocracia.

Un docente con libertad, enseña. Uno ahogado en formularios, sobrevive y aunque nos quieran llamar facilitadores del aprendizaje experiencial, horizontal y holístico, seguiremos siendo los mismos, docentes que cada mañana se dejan la piel en un aula para intentar que su alumnado aprenda, si nos dejan.

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