Opinión | Jueves sociales

Leer a las cinco

literatura

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Como cada vez duermo menos, me da por leer. A las cinco o las seis de la mañana pocas cosas se pueden hacer que no despierten a toda la casa y salir a andar a esas horas aparte de la pereza, da un poco de reparo, no por miedo, sino porque caminar sola en la madrugada debe de ser lo más parecido a un paseo después de una catástrofe, una distopía de mujer en un mundo vacío. La imagen queda bien para la imaginación o para una película postapocalíptica, no para la realidad, por eso abandono todo intento de salir y me refugio en el silencio sobrecogedor de la casa. Fuera, el mundo empieza a recomponerse, a inventarse en colores rosas y amarillos, con los dedos tenues de la aurora pintando el cielo al puro estilo de la poesía barroca. Dentro, como en el cuento de Cortázar, La continuidad de los parques, el mundo también se configura en cada página. A veces, como se me cansan mucho los ojos, descanso y trato de seguir la trama de alguna serie. La intención me dura muy poco porque me aburre el abanico de muertes, crímenes, víctimas, asesinos, policías y ladrones en todas sus variantes y combinaciones posibles. La estética de la sangre y el horror estará de moda, pero no me convence. Vuelvo enseguida a la lectura.

Podría escribir, a veces me obligo, pero es mucho mejor leer lo que han escrito otros. Una página, dos, tres…hasta que ya no puedes parar y no hay nada que te distraiga, ni los ojos, ni el amanecer, ni el sonido de una familia que despierta al fondo, muy lejos, al otro lado de la puerta que has cerrado para no molestar a nadie

Podría escribir, a veces me obligo, pero es mucho mejor leer lo que han escrito otros. Una página, dos, tres…hasta que ya no puedes parar y no hay nada que te distraiga, ni los ojos, ni el amanecer, ni el sonido de una familia que despierta al fondo, muy lejos, al otro lado de la puerta que has cerrado para no molestar a nadie. Te has zambullido en una historia, braceas, sacas la cabeza para respirar solo un momento porque lo que interesa está siempre en el fondo, nunca en la superficie. De la profundidad siempre se vuelve con algún tesoro. Pero la realidad tira de ti como un anzuelo, con cebos seductores y cantos de falsas sirenas, y tienes que dejar la lectura. Fuera te esperan noticias terribles, amenazadoras, sobre economía, guerras y desprecio de los derechos humanos, y también titulares grandiosos que esconden hilos para construir historias, como la del robo del pañuelo de la virgen a cambio de unos bidones de calimocho o tantos otros que apenas rozan la credibilidad. Solo que tú llevas despierta desde las cinco, has leído y estás preparada para cualquier cosa. No sé qué haría si la realidad me esperara cada día sin haber ingerido como dosis preventiva unas pocas páginas. Pobres de los que no leen. No sé cómo pueden enfrentar los días, cómo consiguen aferrarse a un mundo plagado de arenas movedizas.

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