El blog del cronista

Un viaje desde Cáceres este domingo: donde el higo es rey y la historia no pide permiso

Permitidme que os lleve conmigo en un recorrido por Almoharín

sc Gómez Núñez

sc Gómez Núñez

Almoharín

Hay lugares que se venden con fuegos artificiales. Otros, como Almoharín, prefieren el susurro de una leyenda al grito de una campaña turística. En el corazón de Cáceres, en esa Extremadura que a menudo camina a contraluz de los focos, este pequeño pueblo se ofrece sin maquillaje: con la dignidad tranquila de quien sabe que su mejor carta es la autenticidad. Sí, aquí el pasado no es un decorado. Es un huésped permanente que se sienta a la mesa, comparte higos y, si uno presta atención, hasta opina en las tertulias de bar.

Permitidme que os lleve conmigo en un recorrido por Almoharín: donde las Piedras hablan en árabe y las torres miran al futuro.

Videoreportaje

Conocí Almoharín cuando tuve que realizar un videoreportaje en el 2019 y al llegar sentí como si retrocediera en el tiempo, los orígenes de Almoharín se remontan a la época de dominación musulmana, con indicios que apuntan a una fundación por los almohades a mediados del siglo XII. Este legado se percibe al pasear por su centro histórico, de claro trazado medieval, con callejuelas angostas que serpentean entre fachadas de piedra y casas señoriales, transportándonos a tiempos pretéritos.

El Salvador

La Iglesia de El Salvador, declarada Monumento Histórico-Artístico en 1978 (¡y con razón!), se alza como una lección de historia arquitectónica dictada en tres siglos y varios estilos. Destaca por su singular balconada de dos pisos sustentada sobre arcos de medio punto Y justo al lado, como un centinela que se adelantó a la misa, está la Torre de la Villa, solitaria y robusta, primero defensiva, porque se construyo en el siglo XV como atalaya y luego religiosa cuando le añadieron el campanario. Porque en Almoharín, como en tantas partes de España, la guerra y la fe se turnaron el podio durante siglos. 

Y si uno desea peregrinar -no solo en lo espiritual, también en lo histórico-, la Ermita de Nuestra Señora de Sopetrán espera, a siete kilómetros, envuelta en leyenda. Su pórtico del siglo XVI guarda el eco de un infante moro Ali-Maymon (hijo del rey moro de Toledo) que, tras convertirse al cristianismo, mandó levantarla. No sabemos si por devoción o por despecho, pero allí está: sólida, serena, y testigo de romerías y promesas. Complementa el patrimonio religioso la más modesta Ermita de Santa Filomena, fundada en 1870 gracias a las aportaciones populares en agradecimiento a un milagro. Testigo del paso del tiempo es también el puente medieval que se conserva sobre el arroyo del Coto.

El Higo: Pequeño Fruto, Gigante Emblema

Almoharín no exporta solo higos: exporta identidad, dulzura y una cierta rebelión frente al olvido. Convertido en «Capital Europea del Higo» -título que suena a broma si no se ha probado uno, os lo recomiendo!!-, el pueblo ha logrado lo que pocos: hacer de la tradición una innovación rentable sin traicionarse.

El bombón de higo es su joya comestible: fruta seca, trufa, licor, chocolate. Un “ménage à quatre” que convierte cada bocado en una declaración de intenciones. No es de extrañar que su Feria Agroalimentaria del Higo sea más que un mercado: es una liturgia.

Pero no vivas solo de postre. Aquí los quesos -de oveja, cabra y vaca- dialogan con siglos de pastoreo. Los embutidos del cerdo ibérico recuerdan que las matanzas no eran solo ritual, sino calendario. Y los dulces... Ah, los dulces: “repelaos”, “roscas de huevo”, “quesos de almendra”... Delicias que no piden una estrella Michelin, y que te llenan de recuerdos de la infancia.

Naturaleza y festividades

Mientras en las ciudades se cronometra la respiración, Almoharín ofrece otro ritmo. Entre bosques mediterráneos y sierras como la de San Cristóbal o la zona conocida como la Hoya, el senderismo aquí no es deporte: es reencuentro con la naturaleza.

La tranquilidad de sus paisajes y la hospitalidad de sus gentes convierten la estancia en una experiencia reparadora.

Y luego están las fiestas. La Feria de Mayo, el Día de la Maza (sí, han leído bien) en honor a San Antonio, las celebraciones en honor a la Virgen de Sopetrán en agosto, y “La Velá” en Pascua. Cada una es una mezcla de lo sacro y lo profano, como si Almoharín llevara siglos recordando que la vida no se celebra en compartimentos estancos, sino que se celebra compartiendo abundancia entre todos sus vecinos y visitantes.

Una Puerta a Extremadura

En una España que corre a toda prisa hacia no se sabe bien dónde, Almoharín se queda. Y qué bien hace. Porque es ahí donde reside su grandeza: en permanecer sin estancarse. En ser refugio sin convertirse en museo. En seguir produciendo delicias sin dejar de contar historias. Un destino que invita a ser descubierto, a saborear sus delicias y a sumergirse en la autenticidad de la vida extremeña. Al fin y al cabo, este no es un lugar que se visite con prisa. Es un sitio al que uno llega, (como me paso a mí), se sienta…y piensa: «Esto es lo que andaba buscando sin saberlo».

sc Gómez Núñez es presidente de Cronistas Oficiales de Extremadura 

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