Obituario

Helga de Alvear: la coleccionista impredecible que defendió la libertad (del arte)

La galerista alemana mostraba ante los periodistas una espontaneidad poco habitual, siempre con una respuesta genuina, casi tanto como toda su colección

Helga de Alvear junto a José María Viñuela

Helga de Alvear junto a José María Viñuela / El Periódico

Gema Guerra Benito

Gema Guerra Benito

Si algo llamaba la atención en Helga de Alvear era su total espontaneidad. Los periodistas que pudimos compartir con ella las distancias cortas sabíamos que iba a ser impredecible, que siempre iba a responder de forma ingeniosa a alguna pregunta. Será que la edad concede más libertad en la palabra, pero lo cierto es que esa frescura e independencia tuvo que ser seña de identidad para alguien que, sin ínfulas de nada, podía presumir que tener bajo su amparo una de las grandes colecciones artísticas de Europa. 

El arte contemporáneo tiene una especial peculiaridad, además, exige más libertad que el resto porque siempre cuestiona más que el resto. Es difícil poner en palabras a veces lo abstracto, lo indefinido, lo que no tiene una forma - y un fondo- que acostumbramos a ver. Por eso, algunos de esos cuestionamientos a veces no llegan a tener respuesta nunca, o incluso si la tienen, no llegan a ser del convencimiento de todos. Helga dudaría, como duda cualquier mortal, pero en el terreno artístico mantuvo una clarividencia y una seguridad que solo unos pocos escogidos en cada generación pueden llegar a tener. 

Siempre bromeaba con que ella vicios no tenía, que su única adicción, mientras despertaba el interés de la prensa, era comprar arte y que lo haría hasta que falleciera. Cumplió su promesa. Su colección ha marcado su vida. Más bien, ha sido su vida. Y generosa, decidió hace años que quería compartirla con los demás. Su sueño siempre fue construir un museo donde cobijarla. Lo decía siempre. Ella no quería un palacio antiguo, quería un edificio nuevo. Este sueño también se cumplió. No todas las personas pueden presumir de haber logrado todos sus sueños antes del final. En el caso del segundo, Extremadura le ayudó a hacerlo realidad.

Encontró en Cáceres lo que buscaba. Antes lo intentaría en otras ciudades sin éxito. Una ciudad avalada por siglos de historia y una riqueza patrimonial que ahora se completa con su intuición y su vanguardia. El museo ha sido la gran obra de su vida, una que trascenderá a las generaciones. Pletórica, presenciamos con mascarilla cómo agarraba el brazo del rey de España Felipe VI mientras recorría las instalaciones en un acto reducido al que tan solo pudimos asistir unos pocos medios y autoridades por las secuelas de la reciente pandemia mundial. 

Lo cierto es que es difícil describir qué ocurre cuando se entra en el museo. Puedo llegar a entender a los que afirman que una galería es lo contrario de la vitalidad, pero en este caso tengo la certeza de que se equivocan. El titánico esfuerzo, años de negociaciones y obras, se tradujo en un colosal edificio presidido a la entrada por Ai Wei Wei. No es casualidad. La declaración de intenciones era clara. El arte debe abrir el debate siempre. Pasear una tarde entre Kandinsky, Eliasson, Picasso, Goya es un lujo que no puede dejarse de valorar. Encontrar el silencio, la pausa, tan demandada en los tiempos en los que todo se apresura. La inspiración del arte nos humaniza, nos hace mejores personas y nos construye como sociedad. El arte se puede cuantificar en las obras, se puede tasar, pero el legado que deja es un tesoro incalculable. Es la humanidad en sí misma. Siempre se preguntaba Helga que no sabía qué pasaría con ese legado, pero reflexionaba en alto y se quedaba tranquila porque estaba su museo y porque estaban los que la rodeaban y cuidaban. Ella pensaba en José María Viñuela, siempre de su mano, su fiel escudero, como natural heredero cuando ella ya no estuviera, pero el destino, caprichoso e injusto, quiso que no fuera así. 

Ahora que ya no está, puede quedar tranquila porque el equipo del que se ha rodeado, desde la dirección hasta los técnicos de sala, seguirá manteniendo su legado, una labor que ejercen de forma impecable. Un legado que compartió con la ciudad y que, por alusiones, comparte también con la que firma este texto. El mayor agradecimiento que puede mostrar Cáceres y todos los que formamos parte de ella es contribuir a que su herencia, que no es otra que la de cuidar lo bello y lo humano, esté presente. Esa herencia trascenderá a las generaciones, con suerte a todas, porque la suya es eterna. 

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