Opinión | Zona Zero
Zarrios
Con el cambio de estación toca mudar los armarios y quitar las alfombras, un ejercicio en el que descubres que tienes síndrome de Diógenes

Cómo ordenar tu ropa en armarios pequeños. / El Periódico
Solo hay una frase que me aterre más que «hay que ordenar el trastero». La oración que me hiela la sangre dos veces al año es: «cambiemos los armarios de invierno a verano». Y viceversa. No es que le tenga miedo al orden o la limpieza. El problema es que ese oficio lleva aparejadas otras tareas que se van multiplicando exponencialmente hasta que descubro que tengo un claro síndrome de Diógenes. Levanto el canapé donde guardamos amorosamente la ropa de verano y me topo, entre las bolas antipolilla, con bañadores desteñidos, camisas que no te pones desde hace lustros y camisetas de la Expo de Sevilla con un Curro que me mira descolorido y con ojos tristes.
Y claro, ya que te pones ¿por qué no miras los cajones y las librerías? Entonces, emergen desde lo más profundo del abismo una legión de objetos de merchandising que tenías olvidados en el pliegue de tus meninges y ahora caes en la cuenta de que los atesoraste sin que le dieras ninguna utilidad. ¿De dónde sale tanto pendrive, tanta gorra de Caja Rural de Extremadura y tanta libreta de colorines? Cuando te agasajan en Fitur te hace mucha ilusión, pero después de los años el bolígrafo al que se le enciende una bombilla cuando lo golpeas en la mesa ya se ha convertido en un sindiós. Esta vez me han aparecido antifaces del Carnaval e incluso confeti. Y empiezas a colocarlo todo en una bolsa para tirarlo y, de pronto, te vuelve a asaltar el pensamiento de que no sería buena idea eliminar todos esos objetos inservibles y piensas en guardarlos un año más… para que al siguiente te vuelva a suceder lo mismo.
En un instante de lucidez y valentía decides que hay que llevarlo todo al trastero, donde duerme el portal de Belén, junto con las alfombras y los radiadores, ese averno oscuro al que solo acudes en invierno y verano en otro momento de sincretismo higiénico. Allí, en un rincón olvidado del alma, esos ículos seductores e inútiles permanecerán hasta que haya otro cambio de ciclo del mundo. Y la nueva estación te obligará a decidir definitivamente qué haces con todos estos zarrios.
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