Opinión | A la intemperie

Las memorias de Tomás Martín Tamayo

Tomás nos contempla desde la alta noria de sus muchas vidas: la de político, la de gobernante, la de maestro, la de novelista, la de hombre avisado y atento a cuanto le circunda…

TOMÁS MARTIN TAMAYO

TOMÁS MARTIN TAMAYO

Hay libros que uno anhela aún antes de haberse publicado. Libros que tienen su hueco en las bibliotecas sin ni siquiera haberse escrito. Libros que es necesario que se escriban. Y que se publiquen. Los hay impepinables. ¡Impepinable!, qué bien suenas. Suenas a gol por la escuadra y ahora me suenas a los libros que espero como quien espera carta. Ustedes tendrán los suyos, yo los míos. Uno de esos libros pendientes lo tiene que escribir de Miguel Ángel Muñoz, a quien tienen la fortuna de leer en estas mismas páginas. Cuando escribe sobre Cáceres -el Cáceres que fue y que se fue- resulta del mayor interés. Interesante y necesario. ¿Para cuándo? ¡Ojalá! Otro es el libro de memorias que lleva dentro Tomás Martín Tamayo. Un libro que nos adeuda. Digo que nos adeuda porque no son las memorias de uno cualquiera de nosotros, sino las memorias de quien mejor y más de cerca conoce la vida política extremeña de los últimos cincuenta años. Tomás lleva cincuenta años disparando tinta, cincuenta años rompiendo la calma del encinar a cañonazos de letra impresa. Difícilmente encontraremos un testimonio de lo que ha ocurrido en esta tierra tan informado y tan lúcido como el suyo. Y miren que escribo testimonio, que Tomás no toca de oído. Maestro, político, columnista, escritor y otra vez maestro. Maestro en todo. Ese libro tiene su hueco en mis estanterías junto a otros de otros autores extremeños que ya están allí. Todos juntos nos retratan. A los extremeños. A Extremadura. La Extremadura que hemos vivido los que tenemos cierta edad. La Extremadura que nos vive dentro a los que aún no nos hemos muerto. No presumo de tener biblioteca; tengo estanterías y, en ellas, libros.

Tomás me debe unas memorias. Yo le debo un cocido. Hará un año echamos a porfía si tal suceso tendría o no lugar. Perdí. Se ve que como augur me saca ventaja. En lo demás también

Y rinconcitos. El de los extremeños es uno de los que más quiero. Allí tengo libros de Feliciano Correa, de Alberto González, de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, de Enrique Sánchez de León… También de Tomás, que ya tiene mucho publicado, pero me faltan sus memorias. Tomás me debe unas memorias. Yo le debo un cocido. Hará un año echamos a porfía si tal suceso tendría o no lugar. Perdí. Se ve que como augur me saca ventaja. En lo demás también. He leído sus columnas durante décadas. Sin duda, Tomás es, en el salto de un siglo a otro, el columnista de referencia de la prensa extremeña. El fiel de la balanza. Tan valiente como despierto. Tomás es, con la pluma, una tormenta en calma (si es que las tormentas iten calmas). La calma del encinar, como genéricamente titulaba sus columnas. En marzo Tomás se cortó la coleta. Ya se sabe que los toreros de tronío tienen sus prontos… Tomás lo mismo por un pitón que por otro. Tomás, certero con los hierros (que tengo dicho, y lo vuelvo a decir, que nadie mata como mata Martín Tamayo en sus novelas). Tomás nos contempla desde la alta noria de sus muchas vidas: la de político, la de gobernante, la de maestro, la de novelista, la de hombre avisado y atento a cuanto le circunda, la de amigo de éste y de aquel. Por eso nos debe unas memorias. ¡Impepinable! Nos las debe a todos. En todo caso, y en lo que atañe al negociado que regento: mira que si no las escribes, mira que si no las publicas, no te pago el cocido que te debo. Impepinable. Impepinables las memorias de Tomás Martín Tamayo.

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