Opinión | A la intemperie

El monóculo de Spínola

A medio camino entre las letras y las armas, entre el dandismo y la impertinencia...

PORTUGAL REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES

PORTUGAL REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES

Leyendo a Gonzalo Torrente se me ha cruzado Antonio, António Sebastião Ribeiro de Spínola, quien fuera primer presidente de la República Portuguesa tras el golpe de abril. Brevemente presidente. Pero volvamos al principio. Estaba yo leyendo ‘Cuadernos de La Romana’, un librito delicioso… Don Gonzalo volvió a tomar residencia en Galicia allá por 1973; según él, en sus propias palabras, porque «en Madrid no podía trabajar, porque aquella vida es disolvente, porque estaba necesitado de sosiego y allí no lo encontraba». Y en Nigrán, en Galicia, escribió. a petición y para el diario Informaciones, un rosario de artículos semanales sin otro tema que lo menudo que le iba ocurriendo. Allí, al noroeste de casi todo. Spínola, por ejemplo. La revolución de los claveles y lo que de ella se iba entendiendo en España. Spínola y su monóculo, porque Spínola, ante todo, era un monóculo, como todos los monóculos, de un solo disparo. Al hilo el gallego hilvana un recuerdo de infancia: una tuna portuguesa. Algo que deslumbró sus ojos de niño miope. Les envidió, más que los fados, las capas raídas y los monóculos. Al menos eso cuenta. Y cuenta que Felipe Sassone, aquel escritor peruano, que fue barítono en Italia y novillero en España, llevaba monóculo de aro en homenaje a Gabriele D’Annunzio. Y que el actor Ricardo Calvo y hasta Eugenio D’Ors lo usaron, aunque solo fuera para leer. Que él medio lo vio. Historietas todas, desde la atalaya de nuestro vivir urgente, ya desleídas. ¿Quién se acuerda de Felipe Sassone? ¿O de Ricardo Calvo? ¿O de la esmeralda de Nerón? Yo medio me acuerdo de Fritz Lang y de Erich von Stroheim; algo, no mucho, de Eça de Queiroz y Evola; y hasta, un poquito, solo un poquito, del monóculo ciego de Millán Astray y de Keitel firmado la rendición de Alemania ante los soviéticos. Spínola estuvo con la 250 en el cerco de Leningrado, pero Leningrado no se rindió… El monóculo, a medio camino entre las letras y las armas. Las prusianas sobre todo. Entre la elegancia y la impertinencia.

El general Spínola acabó huyendo de Portugal en un helicóptero que aterrizó en la muy extremeña Talavera La Real. Aquello se llenó de periodistas. Spínola, un militar de derechas al frente de una revolución de izquierdas. Presidente breve, brevísimo, tan solo lo que tardó en empañársele el monóculo

Y entre las lesbianas, fueran prusianas o fueran sas. En los años treinta una mujer con monóculo era lo que era. Y, en Montmartre, ‘El Monocle’ fue lo que fue cuando la Dietrich era la reina de las garçonnes. Historietas en blanco y negro. Me gusta leer al Gonzalo más íntimo, el más a vuela pluma, de ‘Cuadernos de La Romana’. Estampas de su día a día, de su oficio de escribir, de sus coetáneos. Él, ellos y sus gafas de culo de vaso. Casi siempre enfadado, casi siempre tristón. Siempre cegato. Casi Borges. Leer. Leerle bramar contra el castellano que oye y lee, «una lengua de ejecutivos, de horteras y de guías de turismo». Y leer lo que pensaba sobre lo acaecido esos mismos días en Portugal. Cuando esto escribo mi ordenador dice que es veinticinco de abril. En mi mesa, junto al Cristo de Limpias, un clavel, solo uno, blanco con ribetes malvas, que, trastabillándose, ya viejito, va soñando resurrecciones. Los fusiles, los claveles y las resurrecciones. El general Spínola acabó huyendo de Portugal en un helicóptero que aterrizó en la muy extremeña Talavera La Real. Aquello se llenó de periodistas. Spínola, un militar de derechas al frente de una revolución de izquierdas. Presidente breve, brevísimo, tan solo lo que tardó en empañársele el monóculo. El monóculo sin aro de Spínola… Escribe Torrente: «que nadie le obligue a rodearlo de un aro de acero porque sería como frustrar la nueva primavera». Ay la primavera… ay abril en Portugal…

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