Enrique Sánchez de León

La noticia de su muerte me ha pillado con los deberes sin hacer. En la mesilla tengo el texto de la conferencia que pronunció en La Económica de Badajoz en 2008. Pendiente. La conferencia y el texto de Feliciano Correa que la prologa. Feliciano, pluma pronta, desde la amistad, ya le ha dedicado un obituario. Yo no tenía trato con Enrique, ocasionalmente alguna llamada, la última estas Navidades; me llamó para agradecerme que le hubiera enviado un ejemplar de ‘A la Intemperie’. No recuerdo qué decía la dedicatoria, pero sospecho que nada a la altura del personaje. Estaba yo comiendo y se me enfriaron las lentejas. A sus noventa años me habló con la lucidez de siempre. Largo. Y tendido, que es como los romanos hablaban mientras comían. Agradecí la gentileza y escuché con atención, tratando de aprovechar el privilegio de que me dedicara unas palabras. Al paso de esto y lo otro me pidió que escribiera sobre los reformistas, sobre «esos impertinentes reformistas de la Transición» a los que él mismo dedicó su último libro, publicado en 2024. Y, como Juncal, dije tomar nota. La idea me rondaba desde entonces y hasta hoy, hasta que su muerte me ha atropellado con el librito en la mesilla y los deberes sin hacer.

A Enrique le importaba sobremanera que su papel en la Transición cayera en el olvido y, sobre todo, que los historiadores copiaran a los fabuladores

A Enrique le importaba sobremanera que su papel en la Transición cayera en el olvido y, sobre todo, que los historiadores copiaran a los fabuladores. En los umbrales de la muerte era evidente que la obra de su vida, la que íntimamente le sostenía, era la de los reformistas de dentro, de dentro del régimen, los que hicieron posible el triunfo de la concordia en España y, por ende, en Extremadura. Para Enrique, ni derechas ni izquierdas fueron partidarias de aquella reforma y por eso no están interesadas en que se cuente la verdad sobre aquellos que sí la querían y sí la defendieron: los azules de Suárez. Algo de verdad hay en su razonamiento. Algunos remolonearon, a izquierda y derecha, entre la ruptura y el inmovilismo. Ellos no. Ellos, motejados por los unos de colaboracionistas y por los otros de traidores, fueron capaces de encontrar para los españoles lo que la mayoría de los españoles querían: un espacio de concordia y de perdón. El de Suárez fue un quinquenio difícil, pero también un quinquenio sensato al que se fueron sumando españoles de distinta condición. Y sí, en ese triunfo tuvieron mucho que ver «los niños de las oposiciones difíciles» como les ha llamado Feliciano Correa. La Transición, para Enrique, fue «un cóctel sin receta» y quiso el destino (y el voto popular) que la coctelera la tuvieran ellos, los reformistas de UCD, los de dentro. Enrique Sánchez de León ganó por dos veces las elecciones en Extremadura cuando concurrieron juntos UCD y AREX, el partido regionalista que él mismo fundó. Luego a la UCD y al regionalismo extremeño se los llevó el viento. Ibarra en “Rompiendo cristales” le acusó de abandonar Extremadura cuando las urnas le dieron la espalda. Es una manera de verlo. En realidad, volvió a su trabajo, a sus obligaciones, pero nunca olvidó a Extremadura, se sentía hondamente extremeño y perennemente preocupado por ella. A los noventa años, mientras unas tristes lentejas viudas se enfriaban, me lo demostró una vez más. Yo, que no soy nadie, le oía embelesado. Él, que leía mis artículos, estas líneas ya no podrá leerlas. Estas Navidades no podré devolverle la llamada… Quizá alguien debiera cincelar en su lápida, como en la de Suárez, «la concordia fue posible».

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