Opinión | Nueva sociedad, nueva política

Una región sobre rueda de hámster

Extremadura solo aplaude el reconocimiento foráneo

Carolina Yuste, ganadora de un Goya

Carolina Yuste, ganadora de un Goya

Actrices con premios cinematográficos de alcance nacional, investigadores de software cuántico reclamados fuera de España o arquitectas elegidas para diseñar importantes museos más allá del Atlántico. Ejemplos de cientos más. Extremeños y extremeñas reclamados como tales cuando alcanzan éxitos, pero de quienes nadie pareció preocuparse hasta ese momento.

Es motivo para sonrojarse, pero, sobre todo, para pararse a pensar en serio qué ocurre en Extremadura. Por qué esa distancia tan grande entre el desprecio a lo propio cercano y el orgullo cuando es lejano y otros lo reconocen. Es consecuencia de la brecha entre las élites que dirigen los destinos de la región y la ciudadanía que la construye.

Los dirigentes con vara de mando en distintas instituciones pedalean nerviosos sobre la misma rueda de hámster: nucleares sí o nucleares no, Cáceres contra Badajoz o Badajoz contra Cáceres, conservación del patrimonio ecológico o desarrollo industrial, AVE o tren de alta velocidad o tren digno…, año tras año, década tras década.

La brecha entre los que mandan y los demás no deja de aumentar porque mientras ellos siguen con discusiones endogámicas que solo tienen efectos en sus intereses, la ciudadanía, crecientemente desconectada, se organiza libremente en forma de asociaciones locales para defenderse contra los intentos de malvender sus territorios a las multinacionales

Mientras, en las carreteras siguen muriendo personas porque no hay diligencia en su urgente reordenación y reparación. El tren-como-se-llame no llega. La cultura se reduce a famosos viniendo los fines de semana a llenarse la tripa o a rodar unos días al año, sin la huella necesaria para optar con rigor a la tan deseada capitalidad cultural. Los empleados públicos extremeños son la cenicienta de las istraciones Públicas españolas, además de sufrir enormes e incomprensibles agravios también internamente. Los niveles de pobreza siguen altísimos y la distribución de la escasa riqueza sigue tan desigualmente repartida como siempre. Vemos cada vez más personas que viven en la calle, y algunas que mueren ante los ojos impávidos de esta Extremadura generosa con los que son reconocidos fuera pero tremendamente cicatera con quienes quieren mejorarla desde dentro.

La brecha entre los que mandan y los demás no deja de aumentar porque mientras ellos siguen con discusiones endogámicas que solo tienen efectos en sus intereses, la ciudadanía, crecientemente desconectada, se organiza libremente en forma de asociaciones locales para defenderse contra los intentos de malvender sus territorios a las multinacionales, en forma de nuevas organizaciones laborales que pretenden superar la simbiosis entre el viejo sindicalismo y la clase política, o con múltiples iniciativas ciudadanas que hacen lo que no hacen quienes tienen poder: pensar en el interés general, diseñar estrategias para una vida común mejor, movilizar y animar a los hastiados por el sistema, y, en fin, intentar hacer de Extremadura lo que debería ser hace mucho tiempo si la mayoría de sus recursos no estuvieran destinados a sostener a unos pocos. Esos que aplauden a los que no les queda más remedio porque ya vienen aplaudidos de fuera, mientras estrangulan el crecimiento de cualquiera de dentro que pueda poner en peligro sus privilegios.

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