Pan de algas marinas, alimento del futuro y excelente aliado contra el cambio climático

El aumento acelerado del nivel del mar transformará aproximadamente 80.000 kilómetros cuadrados de tierras bajas en paisajes influenciados por agua salada hacia 2100, incluso en escenarios moderados de calentamiento global. Las previsibles consecuencias negativas de la invasión marina son de sobra conocidas, pero ¿podría tener también su parte positiva y aprovecharse de algún modo? Una científica ambiental ha lanzado una solución innovadora.

La novedosa idea que Marieke M. van Katwijk, de la Universidad de Radboud, en los Países Bajos, ha propuesto en la revista ‘Ambio’ es convertir estas áreas en ‘campos marinos’ para el cultivo de Zostera marina, una fanerógama marina cuyas semillas, conocidas popularmente como ‘arroz marino’, podrían aportar entre el 3% y el 7% de la producción global de arroz. Este sistema, libre de emisiones de carbono, fertilizantes y pesticidas, ofrecería simultáneamente seguridad alimentaria y servicios ecosistémicos críticos.

El uso de Zostera marina como alimento data de siglos. Los Seri, pueblo indígena de México, molían sus semillas para elaborar pan, práctica documentada en 1973. Recientemente, chefs españoles de alta cocina reintrodujeron el grano en gastronomía, validado por estudios de la Universidad de Cádiz que destacan su alto contenido proteico y mineral. Su sabor es parecido al del centeno.

Actualmente, Zostera marina silvestre produce entre 3 y 6.5 toneladas de semillas comestibles por hectárea, cifra comparable al arroz doméstico (4.7 toneladas por hectárea). Entonces, si se destinaran 80.000 kilómetros cuadrados de futuras tierras inundadas a su cultivo, la producción alcanzaría entre 23 y 52 millones de toneladas anuales.

No obstante, la científica alerta de que la producción de semillas sigue siendo "muy baja en la mayor parte del mundo", por lo que se requieren avances en ‘domesticación’ para escalar su rendimiento.

Emisiones nulas o negativas

A diferencia de la agricultura terrestre, el cultivo de Zostera marina genera emisiones de carbono nulas o negativas. Los estudios citados por van Katwijk demuestran que las praderas marinas capturan entre 50 y 1.900 kilogramos de carbono por hectárea al año.

En proyectos de restauración a gran escala, desarrollados en Estados Unidos, se ha registrado un secuestro neto de 420 kilogramos de CO2 equivalente por hectárea y año. Además, al inundarse terrenos agrícolas, se eliminan las emisiones previas. Un ejemplo: en Dinamarca, un campo pasó de liberar 29.000 kilogramos de CO2 equivalente por hectárea y año a cero tras su inundación.

Más: estos ecosistemas también mitigan riesgos costeros, ya que sus raíces estabilizan sedimentos, elevando el lecho marino y contrarrestando la subida del nivel del mar. Van Katwijk destaca su papel en esquemas innovadores como los ‘diques dobles’ en Países Bajos, donde segmentos entre muros se inundan temporalmente para acelerar la sedimentación natural, proceso que las praderas marinas potenciarían.

"Purifican el agua", añade la investigadora, al filtrar nutrientes, patógenos y contaminantes, mejorando la calidad del entorno para actividades como la acuicultura de moluscos. Así, las praderas de Zostera marina son hábitats clave para fauna marina. Atraen invertebrados y peces juveniles, sin consumir la planta principal. Esto permite cosechas complementarias.

"Las hojas desprendidas al final de la temporada de crecimiento pueden utilizarse, por ejemplo, como material aislante", señala van Katwijk. De hecho, históricamente, estos restos se usaron en Europa, Asia y América para aislamiento térmico (por ejemplo, en el Capitolio de Estados Unidos), reforzamiento de diques o fabricación de mobiliario.

Rasgos ideales para la acuicultura

La planta posee rasgos ideales para la acuicultura: sus semillas flotan facilitando la recogida de la cosecha, que es ‘facultativamente anual’ –como el arroz–, por lo que resulta posible ajustar su ciclo para maximizar producción de grano o biomasa. Tolera salinidades elevadas, temperaturas extremas y niveles variables de luz. Además, su genoma, secuenciado en 2016, abre puertas a mejoramiento genético.

Pese a su potencial, la autora enfatiza que el cultivo de pastos marinos "nunca debe ir en detrimento de la conservación y la restauración de los campos silvestres". Las praderas naturales han declinado globalmente un 30% desde 1879 debido a eutrofización, desarrollo costero y cambio climático. Asimismo, existen riesgos de contaminación genética si variedades domesticadas se mezclan con silvestres.

La inversión es otro obstáculo. Aunque el modelo se alinea con la denominada ‘economía azul’ –que promueve sostenibilidad y equidad–, van Katwijk alerta sobre desafíos en financiamiento: políticas públicas inconsistentes, distribución desigual de beneficios y apropiación de recursos comunes. Para evitarlo, recomienda "diversificación, inversiones dirigidas y cooperación multinivel", junto a marcos regulatorios claros para seguridad alimentaria y ambiental.

La investigadora destaca que el desarrollo de Zostera marina para alimentación requiere "colaboración interdisciplinaria entre agronomía, ingeniería costera y ciencias sociales"."Tecnológicamente, queda mucho trabajo por hacer (…) pero estamos trabajando activamente en ello", reflexiona van Katwijk.

La iniciativa no solo ofrecería granos, mariscos y materiales sostenibles, sino también servicios ecosistémicos valorados en miles de millones de euros: secuestro de carbono, protección contra inundaciones y ecoturismo. Tal y como resalta van Katwijk en un mundo cuyas costas estarán cada vez más inundadas, transformar la amenaza del mar en oportunidad podría ser "clave para la seguridad alimentaria y climática del futuro".